Isaac Goldemberg nació en Chepén, Perú. Reside en Nueva York desde 1964.
Actualmente es profesor en Eugenio María de Hostos Community College de CUNY, donde también dirige el Instituto de Escritores Latinoamericanos y la revista literaria Brújula/Compass, cuyo número más reciente está dedicado a la poesía peruana de los ’80 y ‘90.
Su obra ha sido traducida al inglés, francés, hebreo, italiano y alemán, además de haber sido publicada en numerosas revistas y antologías de Europa, América Latina y los Estados Unidos.
Recientemente su novela, La vida a plazos de Don Jacobo Lerner fue seleccionada como una de las 100 obras más importantes de la literatura judía mundial de los últimos 150 años Leer aquí .
Poesía:
– Tiempo de silencio (1970)
– De Chepén a La Habana (1973)
– Hombre de paso/Just Passing Through (1981)
– La vida al contado (1992)
– Cuerpo del amor (2000)
– Las cuentas y los inventarios (2000)
– Peruvian blues (2001)
– Los autorretratos y las máscaras/Self-Portraits and Masks (2002)
Como novelista ha publicado:
– La vida a plazos de don Jacobo Lerner (1978)
– Tiempo al tiempo (1984)
– El nombre del padre (2001) Aclamada novela de la cual el crítico R. González Vigil ha dicho en su artículo «El nombre del Padre o la Madurez a plazos»: «A nuestro juicio, El nombre del padre marca su madurez artística…»
Como antólogo ha publicado:
– El Gran Libro de América Judía (1998)
Teatro:
Hotel AmériKKa (2000)
Su pieza, To Express my Life I have only my Death, fue montada en off-off Broadway en 1969. Tiene en prensa Golpe de gracia (teatro) y De amor y de sueños (poemas), y trabaja en una novela (“A Dios al Perú”). Su novela El nombre del padre y su poemario Peruvian blues serán publicados el próximo año en italiano y francés, respectivamente.
Enlaces
Algunos Textos acerca del autor
Reseña de la novela El nombre del Padre
Comentarios a la presentación de El nombre del Padre
Prólogo a Peruvian Blues
(Híbrido Literario agradece la cortesía del escritor Eduardo Gonzáles Viaña al permitirnos transcribir estos comentarios)
ISAAC GOLDEMBERG Y LA BUSQUEDA DE LA IDENTIDAD
Por Eduardo González Viaña
Un hombre escribe una carta todas las noches, pero al día siguiente la carta amanece borrada, y eso ocurre porque su autor escribe sin convicción.
Me parece que lo leí en Borges, y es la primera imagen que viene a mí en cuanto pienso en la obra de Isaac Goldemberg, un camino indetenible a través de diversos géneros literarios para tratar de contarnos y de contarse una historia. Sin esperanza, pero no sin convicción, Isaac ha publicado La vida a plazos de don Jacobo Lerner, Tiempo al tiempo, Hotel AmériKKa, En nombre del padre y varios libros de poesía como diversas estrategias para abordar un tema que conoce, pero cuyo desenlace pareciera ignorar.
A través de todas estas versiones, el tema se enriquece, gana perspectivas, revela detalles secretos, parece llevarnos directamente a la puerta secreta detrás de la cual se halla la identidad del autor que, en este caso, también es personaje.
En cada versión, más allá de los cambios de nombres y de detalles, hay un punto de vista y una estrategia textual diferente que impulsan al lector a desechar los enredos que hace lenta la interpretación del texto para avanzar directamente hacia la obsesión que genera estos textos. Bien sabemos que una obsesión es casi siempre el punto de partida de una obra maestra, y ese es el caso de la que en este libro examinamos.
Un hombre camina por todo el mundo para descubrir quién o cómo era su padre. En sus senderos, se armará de sabiduría e ingresará en la escuela de misterios —en este caso, el judaísmo— que hacen a ese personaje secreto, inasible, percibible con rostros diferentes. Aprenderá también las sencillas verdades del otro lado de su sangre —la familia materna, la etnicidad peruana. Conocerá el conflicto interno que el encuentro de sus etnias debe necesariamente provocar. Entenderá, por fin, que el relato no se acaba en una forma de narrarlo y ensayará la novela, el teatro, la poesía —los géneros literarios— que son trazos diferentes de escritura y de camino para burlar el laberinto.
Dentro de la literatura americana, hay un caso terriblemente similar al suyo, y es el del Inca Garcilaso de la Vega. Hijo de una princesa incaica, que sería después abandonada por el padre, un capitán español, hablaba el quechua y el castellano con igual perfección, vivió su infancia en el Cusco y se embarcó a España a los 21 años en un viaje que no tendría regreso. Allí se convertiría en un gran humanista europeo, traductor en 1590 de los Dialoghi D’Amore del neoplatónico León Hebreo, una obra que emprendiera con el ánimo de aspirar el espíritu de orden y armonía del Renacimiento. Inmediatamente después, publicaría una Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas (1596) que pone en evidencia su objetivo de búsqueda de la identidad paterna y, por fin, en 1605 daría a la imprenta su Florida del Inca el relato de la expedición emprendida por Hernando de Soto en La Florida.
Pero la obra más importante —tanto para el propio Garcilaso como para América— son los Comentarios Reales de los Incas (1609), un libro que escribió “forzado del amor natural a la patria” y como natural del Cusco, “que fue otra Roma en aquel imperio”. En ella, el autor tratará de narrar, a edad madura, la historia del imperio que escuchó de niño, y su esfuerzo romperá el silencio oficial y desentrañará la más misteriosa de sus sangres. Creemos encontrar una línea no interrumpida de trabajo en el camino que va desde las traducciones hasta los Comentarios, un ensayo a través de escrituras y aventuras diversas de llegar hasta lo que se quiere decir, hasta la más prístina revelación de su identidad. Estudios psicoanalíticos actuales han creído hallar una vertiente edípica en el camino que condujo al joven Garcilaso a encontrarse y a producir una obra maestra para la trágicamente interrumpida historia de América.
De la misma forma que Garcilaso, Goldemberg parece haber comprendido, a lo largo de un largo periplo, que la mejor forma de penetrar en el misterio de su identidad, es decir, de hallarse, era la de hablarse a sí mismo y por eso, Isaac se habla y, al hacerlo, empieza pronto a escuchar aquellas antiguas voces que creía perdidas, aquellas con las que sus estirpes le dictan muchas ficciones. La más saltante —y acaso sobresaltante— de ellas es la voz sin voz de su padre, convertido en pura imagen, al final de Hotel AmériKKa cuando el protagonista niño de La vida a plazos.., ahora convertido en Jesús Lerner, se encuentra culminando la ceremonia del bar mitzvá.
“Se apaga el tañido y se oye la voz de Zacarías, cantando y sosteniendo de la mano a Minsky y a Jacobo, que bajan rezando y ataviados con solideo, manto de rezo y filacterias. Embebido en la visión, Jesús los ve dar tres vueltas en torno a su cabeza, agarrados de la mano en ronda. Ambos rezos se unen. Los tres hombres suben hacia el techo y se esfuman…”
En todas las iniciaciones, luego de callejones sin salida, bosques espesos o laberintos sagrados, el nuevo adepto adquiere una nueva fuerza que supera con holgura toda la que hasta entonces había perdido. Lo mismo ocurre con Goldemberg que, en el camino hacia En nombre del padre ha aprendido a narrar de una manera que combina el espíritu de la narración oral con el ritual religioso, y que obliga al lector a establecer una permanente pesquisa acerca de la relación entre el autor y sus personajes.
El primer resultado de todo esto es que Isaac Goldemberg parece haber hecho estallar el relato tradicional para después mostrar al lector solamente los restos del mismo; y estos restos, por los simbolismos que encierran y por el profundo silencio que los rodea, revelan una capacidad de sugerencia tan infinita como su capacidad de engendrar nuevas ficciones.
Puede decirse que, luego de repetido sin cesar, se acaba el argumento para convertirse en personajes obsesivos, acciones bestiales, movimientos teatrales, incluso en la novela, cuyo denominador común es una atmósfera de gran intensidad lírica.
En cuanto atañe al plano del lenguaje, esta prosa echa mano de todos los recursos de la palabra hablada; y a pesar de los infiernos que recorre, ofrece una corriente de afectividad tan poderosa que semeja las voces iniciales de una nueva lengua.
Hay que decir, además, que, aun en medio de la confesión más dolorosa, el lenguaje es parco y otorga al lector los silencios del que ya no habla y el silencio de aquellos a los que no dejan hablar, al igual que el silencio del que sabe que viene de una antigua hecatombe y el silencio de aquel que ignora en qué punto del destino se inicia su verdadera historia.
Como Garcilaso, Goldemberg encuentra al fin lo que anda buscando, el íntimo secreto de su origen y revela las estrategias de sobrevivencia de las dos culturas que por medio de él se expresan, y al hacerlo crea una nueva forma de expresividad. No se limita, como la mayoría de los escritores, a manipular las palabras difuntas que recibieron, desamparadas de medida, significación y sacralidad, sino que logra que la palabra olvide su carácter de bien mueble y que cada fonema tenga una capacidad encantatoria. Tales deben ser, además, las razones por las cuales el autor ha acudido a la poesía, entre la variedad de géneros que le sirven para contar su historia y conseguir la kipáh que le estaba destinada.